11 marzo, 2022
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Cuento escrito por Juliana Taddeo (2022)


A el señor Emilio Toledo le gustaba desayunar café con leche con los granos recién molidos, tostadas de pan lactal sin la corteza y huevos revueltos bien sazonados; tal como los hacía su mujer. Y así lo había hecho ella durante los 53 años que estuvieron casados. Lo hizo cada mañana, incluso los domingos y feriados y también los días que el señor Emilio Toledo se levantaba más temprano para ir a juntar duraznos a la finca de la señorita Tortonesi, donde trabajaba de sol a sol.

Pero ella ya no estaba y desde el invierno pasado era tarea de su hija Lulú, la menor y la única soltera, hacerle el desayuno a su padre. Por supuesto que fracasaba cada mañana. 

Fue entonces cuando el 13 de febrero pasado el señor Emilio Toledo se despertó y se sentó en la mesa del comedor, se quitó las lagañas de los ojos y al abrirlos descubrió que las persianas estaban aún bajas y que no había olor a café. Tampoco estaba la mesa puesta. 

El señor Emilio Toledo esperó 20 minutos, media hora, y a los 45 minutos murmuró “esta pendeja desagradecida”. Esperó 15 minutos más, media hora más y volvió a decir-con los dientes apretados- “encima de que la mantengo no se digna a levantarse”. Al cabo de dos horas de espera y sabiendo que llegaría tarde a la finca, apretó su puño y se levantó de la silla. 

Al darse vuelta se encontró en una foto antigua, pensó lo buen mozo que supo ser y que había engordado. También vió a su mujer y se dió una palmada en el pecho antes de encaminarse por el pasillo que llegaba al cuarto de Lulú. 

Con cada paso su ira aumentaba. Se paró enfrente de la puerta y le dió una patada. Volaron astillas y el picaporte, los vecinos afirmaron haber escuchado el crujir de la madera. Obvio que fue innecesaria porque la puerta estaba entornada.

Entró al cuarto dispuesto a decirle todo aquello que había pensado durante las dos horas que esperó a Lulú. Pero no pudo. No pudo decirle eso, ni que la quería, ni que él también sentía la muerte de su madre.

Esa mañana el señor Emilio Toledo se encontró con la soledad y la tristeza y se dió cuenta de que jamás le había dicho a su esposa lo que la amaba y lo rico que le salían los huevos revueltos.

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